En los últimos días se viene hablando del riesgo de padecer cáncer de colon, junto con otros cánceres digestivos, como el de estómago o páncreas, por el consumo de carnes rojas y/o procesadas. Es importante, cuando se realiza esta afirmación, considerar varios aspectos esenciales para no llevar la alarma a la población.

En primer lugar, esta aserción se deriva del análisis en conjunto de multitud de estudios epidemiológicos, sobre diferentes poblaciones y distintas localizaciones geográficas. Por tanto, hay que tomar estos datos con la debida precaución. En todo momento, además, hay que conocer que este riesgo es dosis-dependiente, y por tanto, tomadas en su justa cantidad, y dentro de una alimentación variada, no implica dicho peligro.

Otro aspecto sobre el que hay que reflexionar es la susceptibilidad individual de cada persona, ya que la exposición a determinados factores y el hecho de desarrollar cáncer viene determinada entre otros puntos, por la debilidad o la defensa de cada individuo ante el efecto que pueda producir dichos factores en su cuerpo; es decir, los factores genéticos individuales.

En resumen, hay que tomar la afirmación como un nuevo consejo para llevar una vida sana dentro de los consejos para prevenir el cáncer, entre los que destaca tener una dieta variada y siempre equilibrada, donde el consumo de carne roja y/o procesada ha de estar integrado en su justa medida.

Carne roja y carne procesada

Para despejar algunas dudas debemos saber qué es la carne roja y la procesada. Según la OMS, la carne roja abarca todos los tipos de carne muscular de mamíferos, como la res, ternera, caballo o cabra. Y considera carne procesada aquella que se ha tratado mediante procesos como el salazón, el curado, la fermentación o el ahumado, entre otros (salchichas, jamón en lata, carne en conserva, cecina, carne seca o productos precocinados que incluyen carne). Estas carnes procesadas suelen contener cerdo o carne de res y, en ocasiones, carnes rojas, aves o subproductos cárnicos como la sangre.

Otro tipo de carne, como la del pollo, el pavo y el conejo se consideran carnes blancas. La carne del cerdo y del cordero puede ser roja o blanca, dependiendo de:

  • La edad: carne blanca los animales jóvenes y roja, los adultos
  • La alimentación que reciben los animales
  • En el caso del cerdo, depende también del corte: por ejemplo, el solomillo de cerdo se considera carne roja, pero en cambio el lomo, se considera carne blanca.

Además, hay que tener en cuenta que una alimentación con un alto consumo de carne roja (tal como res, cerdo, cordero o hígado) y carnes procesadas (perritos calientes y algunas carnes frías) pueden aumentar el riesgo de cáncer colorrectal. Cocinar las carnes a temperaturas muy altas (freír, asar o cocinar a la parrilla) produce una serie de compuestos químicos que pueden aumentar el riesgo de cáncer, aunque no está claro en qué medida puede contribuir a un aumento en el riesgo de cáncer de colon.

Una alimentación con un alto consumo de verduras, frutas y cereales integrales se ha asociado a un menor riesgo de cáncer colorrectal, aunque los suplementos de fibra no parecen ayudar a reducir este riesgo y tampoco está claro si otros componentes alimenticios (por ejemplo, ciertos tipos de grasas) afectan el riesgo de cáncer colorrectal.

No nos podemos olvidar de que si se elimina la carne roja de la dieta podemos perder una serie de elementos necesarios para el organismo. La carne roja, consumida de manera equilibrada, puede resultar beneficiosa para la salud al ser una gran fuente de proteína y minerales, como hierro, fósforo, magnesio y selenio, que favorecen el crecimiento y desarrollo de las células y la masa muscular, así como de vitaminas del grupo B.

Así, las recomendaciones dietéticas para minimizar el riesgo de cáncer, según el equipo de expertos del Instituto Americano para la prevención del Cáncer en colaboración con el Fondo Nacional para la Investigación del Cáncer de Estados Unidos, a través del Informe Alimentos, Nutrición y Prevención del Cáncer: Una Perspectiva Global son:

  1. Elegir dietas ricas en variedades de verduras y frutas, legumbres y alimentos almidonados mínimamente refinados.
  2. Mantener un peso corporal “razonable”, con un IMC (índice de masa corporal) entre 19 y 25 kg/m2.
  3. Dedicar 1 hora al día a caminar rápido o a un ejercicio similar. Ejercitarse vigorosamente 1 hora a la semana si la actividad laboral es de intensidad baja o moderada.
  4. Comer diariamente 400-800 gr, 5 o más raciones de verduras y frutas variadas durante todo el año.
  5. Comer diariamente 600-800 gr o más de 7 raciones de cereales, legumbres, raíces y tubérculos. Elegir los menos procesados.
  6. Limitar el consumo de azúcar refinado.
  7. Limitar las bebidas alcohólicas.
  8. Limitar la ingesta de carnes rojas (menos de 80 gramos al día).
  9. Limitar la ingesta de alimentos grasos, especialmente los de origen animal.
  10. Limitar la ingesta de alimentos salados, limitar el uso de sal en la mesa y la cocina.
  11. Reparar al comprar en la forma de preservación y conservación de los alimentos, limitaciones de aditivos alimentarios, residuos de pesticidas y otros contaminantes químicos en los alimentos y evitar los alimentos carbonizados, como asados. Evitar el uso de suplementos alimenticios innecesarios.

Dr. José Perea García
Especialista en Cirugía General, Aparto Digestivo y Proctología
Hospital Nuestra Señora del Rosario