Hoy, 16 de octubre, es un día tremendamente especial para las Hermanas de la Caridad de Santa Ana, propietarias del Hospital Universitario Nuestra Señora del Rosario. Porque tal día como hoy de 1994 fue beatificada por el Papa Juan Pablo II la Madre María Ràfols (1781-1853), cofundadora de la Congregación junto al Padre Juan Bonal y su primera Superiora General.

Este día, en que se cumplen 31 años de aquel acontecimiento, nos convoca la acción de gracias a Dios por la vida de María Ràfols, quien vivió de forma heroica las virtudes cristianas y, en especial, la Caridad al prójimo, a quien sirvió “con el mayor cuidado, con todo detalle, con todo amor”.  Hoy también se nos invita a celebrar el Día del Cuidado y de la Protección para que, como hizo la Madre Ràfols, nuestra presencia y nuestros gestos hagan que las personas a nuestro alrededor se sientan acogidas y cuidadas.

Celebrar su vida y estos años desde su Beatificación representa hacer un llamamiento a la esperanza, a ser pacientes y cuidadosos, a mantener la fe y la confianza en Dios, a dejarnos sostener y renovar por su Amor, a configurarnos con Él, a vivir con alegría serena irradiando el Amor que recibimos de Él, conscientes de que Él saca vida de todo y hace fructificar, a su tiempo, lo que sembramos.

Sobre la Madre María Ràfols

El 5 de noviembre de 1781, en el molino de Rovira, a 64 kilómetros de Barcelona y a uno de Villafranca del Penedés, nació María Ráfols, en el seno de una familia muy cristiana y pobre. Este ambiente cristiano fue campo bien preparado para que la semilla de la Palabra de Dios, la llamada, la vocación, pudiesen florecer y fructificar. La pobreza en que creció, con todo lo que lleva de sacrificio, privaciones, renuncia, austeridad, templó su voluntad y su carácter. Labró en ella una recia personalidad, por eso cuando llegó el llamamiento de Dios a través del Hospital de Zaragoza, respondió con un sí grande, con la entrega total de su vida.

Vivió la caridad heroica: con los pobres enfermos sometiéndose a los servicios más humillantes y repugnantes, exponiendo la vida por ellos para socorrerles con alimentos, exponiendo su vida en el incendio del Hospital por salvarlos, sembrando paz donde se encuentra, gastando su vida con los niños de la Inclusa, en lo espiritual, procurando que ninguno de sus enfermos muriera sin recibir los últimos sacramentos.

María Rafols supo ser una mujer de temple recio y sencillo, atenta a las necesidades, valiente en su respuesta. Supo enraizar la pequeña Hermandad en la humildad y el sacrificio, en la entrega alegre y cercana. Y este es el legado fascinante y apremiante de una mujer valiente y entregada que quiso mejorar su mundo y lo hizo en gestos de caridad y de servicio, de ayuda, de consuelo y de paz, sin reservarse, sin pensar en sí.

Su recuerdo y su legado siguen muy presentes y muy vivos en la Congregación de las Hermanas de la Caridad de Santa Ana y en el día a día en el Hospital Universitario Nuestra Señora del Rosario.