La Esclerosis Múltiple (EM) es una enfermedad neurológica crónica que afecta al sistema nervioso central.

Las fibras nerviosas están rodeadas y protegidas por la mielina, una sustancia compuesta por proteínas y grasas, que facilita la transmisión de los impulsos nerviosos. También es una patología autoinmune. El sistema inmunológico, que normalmente nos protege de las enfermedades, reacciona contra la mielina del sistema nervioso central. Si la mielina es destruida o dañada, la comunicación neuronal se retrasa o interrumpe y aparecen los síntomas que son amplios y variados y que afectan de distinta forma a cada persona.

Esta enfermedad se ha convertido ya en la segunda causa de discapacidad neurológica en personas de entre 20 y 40 años y afecta más a las mujeres que a los hombres. Un 70% de las personas con EM son mujeres, mientras que el 30% son hombres. Se calcula que en España hay 46.000 personas que padecen Esclerosis Múltiple.

Se sabe, no obstante, como explica el Dr. Francisco Gilo, neurólogo del Instituto de Neurociencias Avanzadas de Madrid (INEAMAD) del Hospital Nuestra Señora del Rosario, que el “30% de los pacientes que no reciben tratamiento desarrollarán una discapacidad pasados 25-30 años desde que se establece el diagnóstico. La esperanza de vida de los pacientes afectados, además, está discretamente disminuida con respecto a la población general”.

wheelchair

El origen de la EM es desconocido, pero los investigadores creen que la causa podría estar relacionada con la interacción de diferentes factores genéticos y ambientales. En cambio, sí se conoce que se trata de una enfermedad no contagiosa, ni hereditaria ni mortal, aunque se desarrolla de forman diferente según cada persona.

La buena noticia, como explica el Dr. Gilo, es que “en las últimas dos décadas hemos asistido a una revolución en el manejo de la enfermedad gracias a la incorporación de nuevos tratamientos. Son los llamados fármacos modificadores de la patología, capaces de cambiar su curso natural y prevenir la aparición de brotes y de nuevas lesiones”.

Los fármacos para hacerle frente

Actualmente, insiste el especialista, “se dispone de formulaciones orales, subcutáneas, intramusculares e intravenosas. Varían cada una de ellas en cuanto a su perfil de eficacia, tolerancia y de efectos adversos, por lo que existen grupos de fármacos considerados de primera línea por ser algo menos eficaces pero mejor tolerados, en contrapartida con los agentes de segunda y tercera línea, más capaces de frenar la enfermedad, pero con mayor porcentaje potencial de efectos adversos”.

Estas medicaciones actúan modulando y disminuyendo las defensas implicadas en la producción de la enfermedad. “Es el caso del interferón beta, el acetato de glatiramer, el fingolimod, la teriflunomida, el dimetilfumarato y, también, de los llamados fármacos biológicos, que consisten en anticuerpos monoclonales que ejercen su acción sobre una diana específica en la cadena de la enfermedad. Además el ocrelizumab que se ha mostrado efectivo en la forma progresiva de la enfermedad”, apostilla el experto.

En cambio, para el tratamiento de los brotes se emplean “los corticoesteroides intravenosos y para el resto de síntomas de la enfermedad, como la fatiga y los fenómenos paroxísticos, se dispone también de varios tipos de medicamentos”, recuerda.

Desde hace dos años está disponible también la fampridina, una medicación que consigue mejorar determinados síntomas neurológicos crónicos como la inestabilidad actuando sobre la conducción nerviosa.

Los síntomas

“Como hemos explicado anteriormente, la EM es una enfermedad neurológica de origen autoinmune en la que se produce una respuesta anormal del sistema defensivo del organismo contra la sustancia blanca del cerebro y de la médula espinal. La sustancia blanca es un material graso de recubrimiento de las neuronas para mejorar la conducción de las conexiones nerviosas. Si se produce una inflamación parcheada en esta estructura se pueden producir los síntomas neurológicos propios de la enfermedad como son las alteraciones visuales (borrosidad visual, visión doble), la pérdida de fuerza o sensibilidad en determinadas partes del cuerpo (brazos, piernas), el desequilibrio, la dificultad para el habla o problemas en el control de los esfínteres. Es lo que se conoce como brotes de la enfermedad que cursan con la aparición de alguno de estos síntomas por un periodo mayor de 24 horas”.

Los grandes avances científicos y terapéuticos que se están produciendo facilitan que “sea menor el porcentaje de pacientes que presenta una discapacidad. En este grupo de enfermos es importante el tratamiento rehabilitador para preservar sus funciones. Se puede, también, realizar tratamientos para la espasticidad en los casos en los que esta sea limitante. Y, además, existen Asociaciones de Pacientes y Centros Especializados que pueden ser de gran ayuda para los pacientes que están más afectados y asimismo servir de orientación para la formación de las personas que se encargan de su cuidado”, recomienda el especialista de INEAMAD.

En busca de la mejor calidad de vida

Como en cualquier paciente con una enfermedad crónica, “llevar unos hábitos de vida saludables, como hacer ejercicio físico moderado y seguir una alimentación sana permite al organismo estar en la mejor disposición para minimizar el potencial daño que le pueda ocasionar la enfermedad. Todo ello, contribuye a poder seguir llevando una vida normal, sobre todo, si se tiene en cuenta que, gracias a los avances de las últimas décadas, actualmente la mayoría de las personas con esta enfermedad no necesitan modificar sustancialmente su ritmo de vida”, recuerda el doctor Gilo.

Si destaca este especialista como importante, “la formación de los pacientes y de los cuidadores en las Unidades Especializadas y en las Asociaciones, un hecho que les permite conocer con detalle el manejo de determinados problemas que pueden acontecer en el curso de la enfermedad. Además, como en otras enfermedades autoinmunes, se cree que llevar una vida poco estresante puede repercutir positivamente en la estabilidad de la EM”.