Durante el embarazo y la lactancia, la mujer se encuentra en uno de los momentos clave en los que parece estar más predispuesta a mejorar su estilo de vida, incluyendo sus hábitos alimentarios.
Las necesidades de energía y de nutrientes de la madre aumentan durante el embarazo, como consecuencia de los cambios corporales que ocurren en su organismo y de las necesidades del bebé en formación.
No se necesitan dietas especiales, dietas restrictivas, ni eliminar el consumo de algunos alimentos al menos que exista alguna contraindicación médica o nutricional, la dieta debe ajustarse al estado fisiológico y al momento que condiciona esta etapa de la vida. El cambio en la dieta debe ser más cualitativo, que cuantitativo; es decir, una dieta sana para la embarazada será aquella que contenga alimentos de alto contenido nutricional y pobre en aquellos de baja densidad en nutrientes, como son los azúcares y los alimentos refinados.
Si la dieta materna no aporta los nutrientes y energía necesarios, serán captados de las reservas maternas protegiendo el crecimiento y desarrollo fetal. Por el contrario, un aporte excesivo supondrá el almacenamiento en forma de tejido graso materno.
Se ha calculado que para una misma actividad física sería necesario aumentar aproximadamente 300 Kilocalorías (Kcal) por día durante el segundo y tercer trimestre. Las mujeres muy delgadas (menos del 80% del peso ideal) y las obesas (más del 135%) pueden requerir un estudio detallado de sus necesidades, que deben valorarse de forma continua.
Las proteínas son necesarias para cubrir las necesidades del crecimiento del feto, de la placenta y de los tejidos maternos, de ahí que se deba de ingerir más cantidad de proteínas durante el embarazo. Se calcula que la mujer embarazada necesita una ingesta adicional de 10 gramos de proteínas al día.
Las grasas desempeñan una doble función: energética y parte importante en la formación de los tejidos, aunque en menor medida que las proteínas. Como principal grasa se debe consumir el aceite de oliva, que contiene los ácidos grasos esenciales, importantísimos para el desarrollo del tejido nervioso y de la retina del feto, así como los tejidos maternos.
Recomendaciones de vitaminas
Durante el embarazo, la dieta puede requerir suplementos de minerales o de vitaminas, especialmente hierro, calcio, vitamina D y ácido fólico, fundamental para las mujeres en estado de gestación.
Los máximos requerimientos de hierro se producen en la segunda mitad del embarazo, mientras que la necesidad de folatos es mayor en el periodo preconcepcional y primeras semanas de embarazo.
En las mujeres embarazadas y madres lactantes se recomienda una ingesta de calcio de 1200 mg/día. Su ingesta se puede cubrir con cuatro raciones diarias de lácteos (leche, yogurt, queso o cuajada). Esta cantidad provee suficiente calcio, para lograr un desarrollo fetal normal, sin tener que utilizar las reservas óseas maternas.
Otras fuentes de calcio son los cereales integrales, leguminosas y vegetales verdes. Las embarazadas deben evitar el consumo de café, tabaco y alcohol, que interfieren el metabolismo del calcio.
La correcta asimilación del calcio y la vitamina C depende de un nivel correcto de magnesio. Las necesidades de magnesio en el embarazo aumentan. La suplementación de magnesio durante la gestación se ha asociado a una menor incidencia de preeclampsia y retardo del crecimiento intrauterino. Se ha establecido también un nivel de consumo superior tolerable de 350 mg/día para el magnesio proveniente de suplementos durante la etapa previa al embarazo. Los frutos secos, legumbres, cereales integrales y cacao contribuirán a conseguir las ingestas adecuadas de este mineral.
No nos podemos olvidar del yodo en la dieta de la mujer embarazada. El yodo es un micronutriente esencial porque su función es intervenir en la síntesis de hormonas tiroideas, que participan en el desarrollo cerebral, crecimiento y regulación del metabolismo del niño. Las necesidades mínimas de yodo en el embarazo y la lactancia son de entre 250 y 300 mg respectivamente.
En la lactancia
La alimentación de la madre debe evolucionar en calidad y cantidad, de acuerdo con los diferentes requerimientos nutricionales del recién nacido. Debe ser rica en energía, lípidos, proteínas y vitaminas con el fin de que se cubran las necesidades para la producción leche materna de gran calidad nutricional. Es por esto que la calidad de los alimentos consumidos por la madre tiene consecuencias directas en el volumen y composición de la leche, sobre su propia salud y la del lactante.
Se supone que parte de las necesidades energéticas adicionales para la producción de la leche durante los primeros meses de la lactancia se satisfacen con las reservas de grasas acumuladas sobre todo durante el tercer trimestre de embarazo. La energía deberá estar aumentada en 500 kcal/día y las proteínas en 2 g/Kg peso/día. Los otros nutrientes en cantidad similar que durante la gestación.
La composición de la leche puede verse afectada por la nutrición materna, aunque no todos los nutrientes cambian con igual intensidad. Incluso si la ingesta de un macronutriente está por debajo de lo recomendado, la composición de la leche no varía. Entre los nutrientes cuya composición se modifica por la dieta de la madre están los ácidos grasos, el yodo, el selenio y la mayoría de las vitaminas.
En cuanto a las grasas, se aconseja que la mujer consuma durante este periodo una cifra muy similar (29 g/día) a la que debe ingerir la mujer gestante (28 g/día). Las cantidades recomendadas para los ácidos grasos omega-3 y omega-6 son igualmente semejantes a las propuestas para el embarazo.
En la lactancia se transfieren de 250 a 350 mg de calcio al lactante a través de la leche materna. Las pérdidas de calcio no incrementan de forma considerable los requerimientos de este elemento, por lo que se sugiere una cantidad igual a la recomendada para la mujer normal (1.000 mg/día).
La pérdida normal de hierro debida a la hemorragia durante el parto y en los días siguientes se compensa con el hierro que se recupera de la masa de glóbulos rojos que ha aumentado durante el embarazo y va disminuyendo gradualmente.
Parece aconsejable que las mujeres lactantes ingieran una dieta rica en hierro o alimentos enriquecidos con este elemento ya que en la leche materna se segrega 0,3 mg del hierro materno al día. La dosis recomendada para las mujeres lactantes es de 18 mg/día.
Las ingestas recomendadas de las otras vitaminas son muy similares a las señaladas con anterioridad para las mujeres gestantes, con la excepción del folato, que se sitúa en 500 μg/día. Una ingesta adecuada de folato durante la lactancia garantiza que los niveles de esta vitamina se mantengan en la leche y, por consiguiente, se asegure un suministro apropiado al lactante que proporcione alrededor de 5 μg/kg de folato al día, lo que permitirá un crecimiento óptimo y un estado clínico satisfactorio.
Por tanto, una dieta saludable para una mujer embarazada y durante la lactancia se basa fundamentalmente en aumentar la cantidad de cereales, frutas, verduras, patatas, hortalizas y legumbres. Debe limitarse el consumo de aceites y grasas, sobre todo las grasas saturadas y se recomienda consumir carnes o pescados a la plancha o hervidos. Es importante controlar la cantidad de aceite que se utiliza al condimentar los alimentos, así como la utilización frecuente de salsas elaboradas con alto contenido en azúcares, grasas y aditivos. También conviene limitar la ingesta excesiva de sodio para evitar el desarrollo de hipertensión, así como la ganancia inadecuada de peso.