Según el Dr. Gerardo Clemente, el estrés actúa de detonante de las aftas orales, que no son contagiosas

Con seguridad, en algún momento de nuestra vida hemos sufrido una pequeña lesión de la mucosa bucal, bien delimitada, con pérdida de las capas superficiales, de color blanquecino o amarillento, forma redondeada u oval, dolorosa y molesta. Esta alteración, conocida como úlcera o afta bucal, es más habitual de lo que pueda pensarse. Como destaca el Dr. Gerardo Clemente Ricote, jefe de Servicio de Hepatología y Gastroenterología del Hospital Nuestra Señora del Rosario, “lo más normal es que aparezca de forma brusca, sin ninguna enfermedad subyacente”.

Eso sí, puede existir cierta predisposición familiar y el estrés actuar de detonante, apunta el especialista, quien añade que este tipo de trastorno “tiene una mayor incidencia en mujeres entre los 20 y los 50 años de edad”.

La lesión inicial no es la pérdida de sustancia o ulceración sino una pequeña vesícula o ampolla que al perder la cubierta ocasiona el afta, que se localiza en la mucosa bucal (suelo de la boca, mucosa labial, superficie de la lengua, paladar blando). “El reconocimiento de la cavidad oral nos permitirá determinar el tamaño, el número y la distribución de las lesiones”, continúa el Dr. Clemente Ricote, quien establece una distinción entre estomatitis aftosa simple y aftosis compleja.

“Hablamos de estomatitis aftosa simple, cuando aparecen entre una y tres úlceras, que reaparecen de una a tres veces por año. En el caso de la aftosis compleja, se producen brotes frecuentes e intensos con la presencia casi permanente (más de diez al año) de más de tres aftas orales, que en ocasiones se asocian con aftas genitales recurrentes”, abunda el hepatólogo.

Formas clínicas de las úlceras bucales

Existen tres formas clínicas de aftas, que están en relación con la duración de la curación y las recurrencias:

  • Aftas menores (90–95% de los casos). Son planas, superficiales, con diámetro menor de 10 mm. La sintomatología suele ser mínima, curando espontáneamente sin cicatriz en 1–2 semanas. La recurrencia es poco frecuente, con intervalos entre 1–4 meses.
  • Aftas mayores (5–10%). Son más profundas y con un diámetro superior a 1 cm. Provocan más dolor y pueden curar con cicatriz en 6 semanas. Las recurrencias son frecuentes e imprevisibles.
  • Aftas herpetiformes (1–5%). Forman racimos de pequeñas vesículas y ulceraciones planas (a veces hasta en número de 100) de 1–3 mm. Son muy dolorosas, resolviéndose en menos de un mes sin cicatriz. Las recidivas son tan frecuentes que la ulceración puede ser casi continua.

¿Cómo se tratan?

Según el Dr. Clemente Ricote, la elección del tratamiento de las úlceras bucales depende fundamentalmente de la frecuencia de las recurrencias, de su gravedad y de su duración, “teniendo como objetivos prioritarios la curación de las aftas y la reducción del dolor para permitir una correcta alimentación (de especial interés en niños) y el control de las recurrencias”. Aunque existen diversos tipos de terapias en función de la agresividad clínica y de la propia respuesta al tratamiento, se han de procurar unas medidas generales que reduzcan la sintomatología y faciliten la resolución de las lesiones:

  • Elaborar una historia clínica detallada sobre los posibles desencadenantes para eliminarlos, interrogando sobre antecedentes personales y familiares de enfermedades sistémicas o cutáneas, hábito tóxico (drogas, tabaco), alimentos y causas primarias y secundarias.
  • Explicar la evolución natural de la enfermedad (resolución espontánea en 2–4 semanas) y que el tratamiento es principalmente sintomático.
  • Mantener una correcta higiene bucal utilizando un cepillo suave para dientes y lengua, y seguir una dieta blanda, fría o templada, masticar bien los alimentos y evitar las mordeduras. También es aconsejable evitar picantes, ácidos y bebidas carbonatadas.
  • Intentar eliminar situaciones de estrés y recordar que no es una enfermedad contagiosa.