El 5 de noviembre es una fecha muy especial para las Hermanas de la Caridad de Santa Ana. Ese día se celebra la festividad de la Madre María Ràfols Bruna (Villafranca del Penedès, Barcelona, 1781 – Zaragoza, 1853), cofundadora de la Congregación y su primera Superiora General. Pionera en España de la Vida Religiosa apostólica femenina, es una estrella más en esa constelación de mujeres fuertes, comprometidas por el amor a Dios y a sus preferidos, los más pobres y necesitados de la sociedad.
Nacida en el seno de una familia de sencillos y pobres campesinos, María Ràfols será capaz de comprender las dificultades de los pobres, los enfermos, los moribundos… puesto que ella misma las ha vivido desde pequeña.
Hospital de Nuestra Señora de Gracia
El 28 de diciembre de 1804 la localizamos en Zaragoza junto a un grupo de 12 Hermanas y 12 Hermanos de la Caridad. El Padre Juan Bonal, cofundador de la Orden, los había reunido en Barcelona para servir a los enfermos del Hospital de Nuestra Señora de Gracia, fundado en 1425 por Alfonso V en la capital aragonesa y donde se cobijan enfermos, dementes, niños abandonados y toda suerte de desvalidos.
Superiora de la Hermandad femenina con solo 23 años, se enfrenta a una tarea colosal: poner orden, limpieza, respeto y, sobre todo, dedicación y cariño en aquellos seres, los más pobres y necesitados de su tiempo. Y lo hizo con mucha prudencia y discreción, sorteando los escollos con prudencia, caridad incansable, y un temple heroico que ya empieza a despuntar. Es una mujer decidida, arriesgada, valiente.
Tras una actuación valiente durante los Sitios de Zaragoza, desde 1813 aparece al frente de la Inclusa, con los niños huérfanos o sin hogar, los más pobres entre los pobres. Allí pasará prácticamente el resto de su vida, derrochando amor, entrega y ternura. Es el capítulo más largo y escondido de su biografía, pero también el más bello.
El 30 de agosto de 1853, tras una vida dedicada por entera a los desvalidos y a los más desfavorecidos, moría en Zaragoza, próxima a cumplir 72 años y tras 49 de Hermana de la Caridad. Su muerte fue un fiel reflejo de su vida: serenidad, paz, cariño y agradecimiento a las Hermanas, entrega definitiva al Amor por quien ha vivido y se ha gastado sin reservas, dejando a sus hijas la gran lección de la CARIDAD SIN FRONTERAS en la entrega día a día. Una caridad que no muere, que no pasa jamás.
Fortaleza de espíritu
Quienes la conocieron, dijeron de ella:
– Su sola presencia era toda una revelación: atraía y cautivaba.
– Elevada estatura, mirada dulcísima, porte grave y majestuoso, realzado por el encanto de una modestia angelical.
– Se mostraba siempre gozosa y contenta.
– Poseía gran presencia de ánimo y fortaleza de espíritu.
En octubre de 1994, siendo Papa Juan Pablo II, fue beatificada.